Fumamos una cosita y partimos. En aproximadamente media hora, llegamos al campamento donde nos recibió la Yuli, en la toma Naciones Unidas de Colina. Los pasajes barrosos de la población callampa nos dieron la bienvenida, a un día de una lluvia torrencial que recién había visitado Santiago. Salió toda la gente de sus casas, acercándose a los autos con una mezcla de ansiedad y curiosidad por las nuevas visitas. Supongo que estaban expectantes también, debido a que llevaban dos semanas sin recibir ningún tipo de ayuda. Nosotras procedimos a bajarnos y entregar las frazadas e insumos que teníamos, con ayuda de toda la toma, prácticamente. Ahí nos percatamos de que había un problema. Estaba todo el mundo reunido al exterior de una casa, donde al parecer había un hombre borracho que había golpeado a su mujer y a sus pequeños hijos. Gritos, amenazas, y llantos de niños. Pronto, cuando la gente se dispersó, se calmaron los ánimos luego de que entraron tres hombres a golpear a quien estaba pegándole a su mujer e hijos, y nosotras tratamos de distender un poco el ambiente. Algunas de mis amigas entraron a contener a los niños, yo me quedé afuera con otra amiga conversando con la Yuli para entender mejor la situación. Pan de cada día, me contaba. Era un borracho maltratador, al parecer, y su mujer no tenía otro lugar donde ir. La Yuli se apresuró en cambiar el tema, para comenzar a hacernos un recorrido por las casas, para que viéramos los casos de mayor riesgo. Me comentó que la toma llevaba dos meses funcionando, que se habían organizado entre un comité conformado por mujeres para recibir ayuda, organizarla, y dirigirla hacia los vecinos más vulnerables, y que los pacos venían solo a intentar disolverla, comandados por un tal cabo Benjamín que, al parecer, era un sanguinario. Que la Municipalidad las había olvidado, que si recibían ayuda era de ciertos colectivos de vez en cuando que venían a hacer ollas comunes, pero que a nivel institucional nada. La mayoría de los pobladores de la toma (conformada por 150 personas aproximadamente), quedaron cesantes entre el estallido social y la pandemia, y fueron expulsados de sus antiguas casas por no tener para pagar el arriendo. Así de crudo.
Seguimos caminando por la población, y con orgullo las mujeres nos comentaban distintos casos de personas que ellas habían podido ayudar, cómo era el vivir día a día en Naciones Unidas. La última visita que hicimos era a la casa de Jenny, que estaba a punto de parir. Pero Jenny no estaba, porque, según su hermana, había ido a parir al hospital a su hijx. Volverían unos días después, donde quizás el trabajo de los vecinos de la toma podría seguir avanzando cada vez más cerca de su próximo objetivo: tener luz y agua en las casas.
Hoy, con menos energía que ese día (que me fui emocionada y admirada de la fuerza de esas mujeres de levantarse como sea y ayudarse como pueblo) tengo una serie de reflexiones asociadas. Me gustaría compartirlas. Empiezo.
No puedo dejar de pensar en octubre, cuando la vida misma dependía de salir a protestar todos los días justamente para que estas cosas dejaran de pasar. Para que no nos callaran, para que no estuviésemos así de silenciados, de invisibles. Aprendimos, por suerte, nuevas formas de relacionarnos. Que como el gobierno no existe -si no es en único formato: el autoritarismo, que solo sirve para militarizar y reprimir-, no nos quedaba otra que el apoyo mutuo y la autogestión. Y así lo hicimos. Se activaron organizaciones en todos los territorios, en pos de la comunidad. Aprendimos nuevos lenguajes para hacerle frente a la violencia patriarcal neoliberal de todos los días, y creo, honestamente, que nos marcó para siempre como sociedad. Redes de apoyo en todos los sentidos, desde el corazón de la protesta misma, hasta los sectores más marginados que requirieron de ayuda por la crisis.
Y si quiero calar en lo profundo de mi alma, más específicamente aún, apenas unas semanas antes que comenzara esta pesadilla del confinamiento, recuerdo con nostalgia que las mujeres vivimos un día clave en nuestra historia: el 8 de marzo del 2020. Imposible describir la esperanza, la garra, la fuerza con la que nos encontramos en la calle. La alegría y las ganas de luchar. Más de dos millones de mujeres reunidas para hacerle frente a la violencia de género, mejor articuladas que nunca, “poniendo en el centro la exigencia de una vida libre de violencia, al tiempo que apuntábamos al Estado en su calidad de macho opresor: patriarcal, capitalista, y colonial” (Red chilena contra la violencia hacia las mujeres, 2020). Y no fue de la nada: el movimiento feminista hace unos años (sobre todo desde 2018) nos ha ido entregando la posibilidad de articularnos, protegernos y buscar nuevas formas de relacionarnos colectivamente.
Ahora nos enfrentamos a otro tipo de crisis, que es sanitaria, política, social y cultural. Además de pensar en cómo el COVID-19 adormeció de la manera más nefasta y disruptiva al pueblo chileno, sin opciones, pienso en cómo nos afecta por sobre todo a las mujeres. El confinamiento derriba la barrera invisible entre lo público (masculino) y privado (femenino), entregándole todas las herramientas al patriarcado para que ejerza su máxima violencia sobre lo doméstico. Y obviamente, con su ineptitud, el gobierno no ha puesto sobre la palestra ni en lo más mínimo la violencia de género como algo a resolver con urgencia durante la pandemia, ni siquiera una política pública asociada al monstruoso crecimiento de las cifras de violencia. No quieren ver que están obligando a mujeres abusadas y violentadas a permanecer junto a sus agresores, además de tener que cocinarles, lavarles, plancharles, y hacerle la cama a quienes las violentan; la forma más indigna de la precarización. Solo en marzo aumentaron en un 250% los delitos de homicidio frustrado, mientras que fue en un 70% el incremento de las llamadas al fono de orientación que disponen para mujeres víctimas de violencia en el mismo mes. Y aún así, no consideramos que el problema sea estructural. Aún así, maridos que creen que porque no golpean a sus mujeres están bien, pero no se preguntan cuánta carga, cuántas tareas extra tienen sus parejas ahora, entre las tareas de los hijos, la mantención de la casa, la responsabilidad de alimentar a la familia, mientras que además tienen que trabajar, si es que aún conservan sus trabajos, que claramente no es el caso para las mujeres que tenían trabajos de menor ingreso antes de la pandemia. Volvieron también las funas masivas en Instagram, millones de abusadores impunes, cuidados por sus amigos y familia. Martín Pradenas es amparado por la ley, luego de violar a Antonia Barra, quien se suicida sabiendo que lo van a proteger a él y no a ella.
Es tan paradojal que hayamos estado marchando por nuestros derechos, y libertad, y que el mismo mes nos hayan encerrado así. Aquí solo hay una cosa que es clara: al gobierno no le importamos un comino. Ni nosotras las mujeres, ni la gente pobre, ni los migrantes, ni las minorías sexuales, ni los indígenas. Ni nuestra salud, ni la vida de las personas. Como si eso fuera poco, se ríen descaradamente en nuestras caras mientras comen paté de jabalí y caviar de trucha en La Moneda. Un nivel de sátira impresionante, sin vergüenza. Mientras que en El Bosque la gente protesta por hambre y falta de alimentos, mientras que en Naciones Unidas se levantan día a día contra el frío, contra el olvido, contra el abandono, contra los golpes de maridos borrachos, para intentar, a través de la ayuda del pueblo con el pueblo, subsistir en esta nueva normalidad impuesta por la pandemia. Las redes que podemos conformar, dependen meramente de nosotros y de nuestra ayuda mutua.
Todo esto lo conversé también con el Jaime mientras compartíamos una cola (con precauciones), vive afuera de mi casa hace más de cuatro años. Siempre le paso cosas para que se tape, y comida, y siempre las pierde. Una vez al día me pide agua caliente para hacerse un té. Ayer me pidió ayuda para meterse a un taller de emprendimiento.
Lo único que espero es que no nos sigamos guardando a consumir televisión y noticias que ya sabemos quienes ponen al frente nuestro, y por qué, mientras que afuera las calles se llenan más y más de personas sin techo. Mientras más mujeres tienen que someterse a hombres violentos y abusadores puertas adentro para no quedar en esa tan temida situación.
Entonces me pregunto, hasta cuándo cresta vamos a aguantar.