Estiré la mano y con un grito logré completar el último paso que me faltaba para terminar la ruta. Agradecí a mi cuerpo por todavía tener la capacidad de sostenerse a sí mismo, y a mi mente por acompañarme sin cuestionármelo tanto. Siempre he pensado que no se trata solo de llegar arriba, que eso no es nada, que todo está en la forma en la que lo haces. Inhalé una inmensa bocanada de aire, como si fuese la primera vez que respirara, y con una enorme sonrisa logré contemplar el hermoso paisaje que había a mi alrededor, mis ojos divisaron una vista panorámica impresionante entre el río, los cerros, los árboles bailando con el viento, y la sensación plena del aire puro chocando contra mi cara. Nada como ese frío externo que trae consigo la altura, y ese calor en el cuerpo que ya no está tenso, si no relajado, porque una vez más me impresionó con sus capacidades -esas mismas a las que a veces una no le cree tanto-, porque una vez más lo dio todo.
Nunca he sido una conocedora experta de la escalada, es más, estoy en un nivel muy de principiante porque no llevo tanto tiempo, ni la verdad he sido tan constante con el deporte, a pesar de que ha sido sin lugar a dudas el ejercicio con el que mayor conexión he sentido, e inclusive, con el que me he apasionado. Debo confesar que he sido bastante cómoda, dependiendo de ir a escalar con otras personas que sepan más que yo para confiar plenamente en la seguridad. Pero eso es también parte de lo hermoso del deporte, que representa algo tan personal, un ejercicio tan íntimo, que no hay juicios ni tiempos asociados, cada unx va a su ritmo. Obviamente una de mis metas es que cuando se acabe este encierro de mierda, más allá de poder reencontrarme con el cerro -porque hemos tenido bonitos encuentros últimamente-, pueda ser capaz de hacerme cargo de adquirir los conocimientos necesarios para, por ejemplo, poder llevar a escalar a alguien que sepa menos que yo. No quiero incurrir en conceptos técnicos respecto a la escalada. Ni jactarme de las muchas veces que he ido a escalar (cómodamente, como mencioné antes, pero pucha que he conocido hartos lugares, y tengo la suerte de decir que he estado en paisajes indómitos y hermosos que no se pueden apreciar a simple vista, la única forma es con la motivación de obtener esa perspectiva desde arriba). Solo quiero transmitir, humildemente, lo que se siente encontrarse con la roca. Es una aventura de principio a fin.
Para ir a escalar, primero, preparo mi mochila. Arnés, zapatillas, magnesero, agua, algunas frutas y/o barrita de cereal, unos cogollitos, moledor, papelillos, el termo con agua hervida, sobre todo, lo más importante, lo infaltable, lo que me llena de energía y alegría para partir tempranito en la mañana: obvio que unos buenos mates. Generalmente la cuerda y las cintas las lleva mi compañerx con el/la que vaya a escalar, debido a que yo no los tengo.
El otro día vi en un documental (se los recomiendo, está en internet online gratis, se llama Valley Uprising, por si quieren conocer de la historia de este hermoso deporte) que los escaladores desde sus inicios fumaban marihuana en el parque Yosemite, California (capital mundial de la escalada), y que incluso encontraron enterrados kilos y kilos de marihuana. El grupo de escaladores más emblemático del lugar se llamaba los Stone Masters, que en inglés se puede relacionar con la palabra Stoned (volado). Un pequeño dato freak. Es que la escalada es un estilo de vida. Representa libertad, superación, amor propio y un inmenso amor al entorno.
Generalmente, camino hacia la roca, vamos escuchando música, tomando mates, y les juro que no tengo una sensación de mayor plenitud y armonía que cuando me dirijo hacia algún lugar con el objetivo claro de escalar. Creo que, de partida, porque es demasiado liberador ir alejándose de la ciudad de a poco y adentrándose en zonas donde hay cerros o bosques. El paisaje cambia muchísimo, aunque esté cerca de la caótica ciudad. Ya el simple hecho de alejarse del epicentro de Santiago es una alegría en el alma, aunque hay muchos sectores de escalada que quedan apenas a minutos de barrios residenciales.
Una vez que llegamos hasta donde se pueden dejar los autos, generalmente hay que caminar. Subir el cerro. Subir el cerro con el equipo encima, obviamente. Ahí empieza el entrenamiento. Ahí empiezan a doler las piernas, pero obvio que ese es apenas un pequeño instante de lo que implica todo el desafío. Al llegar a la roca, todos se equipan. Me pongo el arnés, cuelgo en él el resto de las cosas y trato de caminar lo más cómoda posible. Preparamos más mates, que empiezan a correr en círculo sagradamente. Ahora que lo pienso, lo que más me hace extrañar la pandemia es compartir los mates y los pitos. Aunque siempre trato de no fumar antes de tener contacto con la roca. La escalada es un deporte psicológico, y aunque a muchos les sirve fumar para sentir más y tener movimientos más relajados, en mi caso, que me falta experiencia, prefiero fumar después, para estar alerta, atenta, y no tener miedo, porque volada me sicoseo un poco. Creo que para lo único que me niego a fumar antes es para la escalada (la mayoría de las veces) y para las matemáticas (porque soy como el hoyo en estas últimas). Alguien tiene que ir antes que yo para equipar la ruta, porque yo todavía no me atrevo, entonces me toca asegurar. La vida de otra persona depende un poco de mí, aunque es el equipo en lo que más confiamos. Una vez que mi compañerx baja, si no hay más gente, me toca a mí. Me hago el nudo, respiro, chequeo con mi compañerx que todo esté en su lugar (respecto al equipo, para no perder la vida digamos), y comienzo a moverme verticalmente. Lo más mágico es ir respirando y ver como el movimiento fluye, como mis manos y pies se sincronizan para sostener mi cuerpo, para confiar y pararme donde creí que no podía. La mano sobre la roca se siente fría, dura, pero ya con el primer contacto dejo de pensar y empiezo a sentir. La escalada es una meditación en movimiento. La escalada es libertad, es superación, es lograr lo que pensabas que no podías. Es pasarlo bien, y a veces mal, pero si logras llegar al final, la satisfacción es única, es incluso una experiencia orgásmica. Hay pasos -dependiendo de la graduación y dificultad de la ruta- que cuestan muchísimo, que te pueden tener mucho rato pegada intentando seguir subiendo. A veces puede que el paso te gane, y que intentes una y otra vez subir la misma ruta sin éxito. El aprendizaje ahí es desarrollar la tolerancia a la frustración. Sentir como se tensan tus músculos paso a paso, atreverte a dar un salto, un grito, y lograr sostenerte. Poner el pie en una piedrecita minúscula y casi no creer que ahí, colgando, puedes hasta descansar. Cuando logras pararte ya tienes la mitad del esfuerzo y del gasto energético cubierto. Si la roca está un poco desplomada, generalmente es cuando debo enfrentarme a mis miedos, sin lograr ver el final del camino, pero confiando en que se puede seguir subiendo. En ese momento siento que soy yo sola contra la roca. Aunque es injusto pensarlo así, porque siempre hay alguien abajo sosteniendo tu vida, por lo cual la confianza se vuelve otro elemento increíblemente importante. Ya llegando al final de la ruta el dolor se siente hasta placentero. No hay apuro, hay que volverse un poco calculador incluso para no gastar energía de más. Gritarle a tu compañero que llegaste es un acto de júbilo para ambxs. Es haber puesto a prueba tu resistencia. Una vez en la reunión, que es el final de la ruta, mi compañerx grita que me va a bajar. Al ir bajando vas viendo nuevamente la ruta, encontrándote con el entorno, con el paisaje, contigo misma. Llegaste a un lugar inesperado, a un paisaje que nunca encontrarías de ninguna otra forma, ni mental ni físicamente.
Nos disponemos a repetir el procedimiento dependiendo de cuántas rutas se pueda completar (para cada unx, según su nivel) en la jornada. Y antes de irnos, siempre nos fumamos un pito. Le doy una calada, es nuestro premio, para sentir los músculos más agarrotados, el frío, la endorfina recorriendo cada centímetro del cuerpo. Mirar el río, contemplarlo cansada, alegre, sentir como suena el choque del agua contra las piedras, sentir el cuerpo conectado con el alma reflejado en el cauce del río.
De verdad no tengo una sensación más placentera a la cual comparar este proceso. Así emprendo el viaje de vuelta a casa, volada, satisfecha y feliz.